miércoles, 5 de noviembre de 2008

Un cuento de Chejov

"Un hombre va al casino, gana un millón,
vuelve a casa, se suicida".

Ahora estoy en mi casa, un piso con vista al río. Estoy solo, como siempre. Me sirvo un whisky y me siento frente a la gran ventana. La línea del horizonte se va desdibujando en la noche.

Los hombres gritan, en el recinto, tratando de comprar o vender. Es igual que en otras partes del mundo, tal como lo muestran en las noticias. A primera vista parece un gran desorden. Todos gritan y se hablan, al mismo tiempo, o hablan por teléfono, mirando hacia las grandes pizarras electrónicas. Pero en realidad todo tiene un orden muy preciso, dentro del cual hay que saber moverse con astucia.

Me sirvo otro whisky y me vuelvo a sentar. Miro a través de la ventana. Muchas veces pensé : este río es nuestro y nosotros somos de él. Este río lento, oscuro, aparentemente inmóvil. Él nos lleva, nos arrastra, con una fuerza suave, persistente. Todo lo que hacemos o soñamos está sostenido por su ancha mano. Somos de él.

Yo siempre fuí y sigo siendo un tipo astuto. Siempre supe qué había que comprar y cuándo. Y qué había que vender y cuándo. Siempre supe que esto es un juego, un gran juego. Y que lo importante no es ganar, como creen muchos. Lo importante es ese sentimiento de angustia, de terror, que te pone pálido y te hace transpirar, ante la posibilidad de perderlo todo. Es como estar al borde de un precipicio. Un paso en falso y te traga el vacío. Pero si uno es astuto y sabe cuándo hay que dar el paso hacia atrás, después viene un gran alivio, un sentimiento de ser y de poder que no se compara con nada.

Mi abuelo decía que lo que había que hacer era juntar el primer millón. Y que después el resto del dinero viene solo. Pero estaba equivocado. Él era un inmigrante pobre, que lo único que sabía hacer era trabajar y ahorrar. Eso puede estar bien para tener una vida tranquila y mediocre, como tuvo él. Pero yo sé que el dinero grande, el verdadero dinero no se hace así.

Hace unos días, una vez más, gané mucho dinero. Había rostros desolados alrrededor mío. Hombres que se derrumbaban y se tomaban la cabeza con las manos. Yo no. Yo, como otras veces, supe dar el paso atrás a tiempo. Sin embargo, me ocurrió algo extraño. Por primera vez, en muchos años, no sentí aquel alivio. El vacío y la angustia permanecieron en mi mente, hasta el día de hoy.

Me acuerdo cuando Sonia pasaba caminando, por la vereda de enfrente, y yo la miraba desde el balcón. Sonia es un nombre de origen ruso y ella tenía el aspecto de una joven rusa, aunque yo entonces no lo sabía. Lo único que sabía era que estaba enamorado de esa muchacha rubia, de piel blanquísima y ojos azules. Todos los días ella pasaba delante de mi casa, rumbo a la escuela, con su delantal blanco y su cartera de cuero. ¿Por qué nunca le hablé? ¿Por qué me resultaba tan difícil?

Ahora vuelvo a mirar hacia el río. Él también es un vacío, ahora, oscuro y silencioso. El vacío de donde surgen todas las cosas y adonde todas van a parar. Me sirvo otro whisky. Siento que ya no tengo ganas de jugar. Que quiero irme a mi casa, como cuando era chico. Me siento viejo, muy viejo.