lunes, 6 de abril de 2009

Instrucciones para no morir de melancolía en una tarde de Domingo

Lo primero es no escuchar tangos. O por lo menos que no sean tangos de la década del 40. Nada hay más melancólico que oir esas viejas versiones y de repente acordarse de la vieja de uno, que los escuchaba en la radio, mientras cocinaba, en el pequeño cuchitril del convento. Uno era chico y no entendía nada. Simplemente estaba ahí, sentado, tomando la leche y escuchando. Y viendo como la vieja cortaba la polenta fría que había quedado del mediodía. Hacía una especie de pancitos, les ponía encima un poco de queso y después, a la noche, los metía en el horno. Entre tango y tango, el locutor anunciaba : "No diga hola, diga Olavina"...

Lo segundo es no leer los diarios. Las noticias y los comentarios le dan a uno la idea de que ahí afuera hay un mundo estructurado, organizado, donde todo pasa por alguna razón. Hasta las guerras, los asesinatos, los robos. Todo está previsto o es previsible. Y si no estuvo previsto, luego alguien le encontrará un buen motivo para que haya ocurrido. Pero después de leer uno se asoma a la ventana y ve cómo su propio mundo se está descascarando, se está viniendo abajo. Lo siente como una especie de flan o de gelatina, sin formas ni límites.

Lo tercero es no ponerse a esperar que suene el teléfono. Puede ser que ella llame esta tarde. Puede ser que se acuerde de lo que hablamos durante la semana, de su promesa, y llame. Y que tal como te va, que te parece si salimos y qué lindo es pasear y charlar o tomar un café debajo de un jacarandá florecido. Puede ser. Pero no hay que esperar. Es preferible mirar una película en la tele y de pronto darse cuenta de que ya se hizo de noche y que uno se tiene que ir a dormir. No, no hay que esperar el llamado. Y mucho menos llamar uno. Porque si es uno el que llama, corre el riesgo de que nadie atienda. O de que atienda una voz desconocida y le diga a uno que ella no está, que salió y que no va a volver hasta muy tarde. Entonces la melancolía va a ir tomando un color violeta, cada vez más oscuro. Y uno va a sentir que está ahí, clavado a la silla, sin poder moverse.

Y por último lo que no hay que hacer, nunca jamás, es mirar el resumen de los partidos. Porque uno estará viendo algo que ya sabe cómo fué y cómo terminó. Durante toda la tarde, la radio del vecino y los gritos y petardos en la calle le fueron informando a uno lo que estaba pasando. Y además está la música de Vangelis. Esa que sacaron de la película Blade Runner y la pusieron como cortina del programa. Es como algo finito, persistente, que se le va metiendo a uno en el alma como una aguja de hielo, en medio de la lluvia y de la noche. Entonces la melancolía ya no será melancolía. Será simplemente angustia. Un agujero negro que poco a poco va a ir devorando todo.


Ejercicio compuesto para el Taller de Literatura Resacada, que coordina Rosana Gutierrez.
La consigna fué hacer un texto similar a los de Cortázar, en Historia de Cronopios y Famas, que comienzan con "Instrucciones para..."