sábado, 19 de abril de 2008

El breve galope de la ira

Sonó el portero eléctrico. Atendí.
- Si... ¿quién es?
- ¿El señor Murature?
- Morituri - corregí.
- ¿Usted es el padre de Marcelo Mori...
- Si - dije - ¿qué pasa?
- ¿Podría bajar un momento, por favor? Estamos haciendo un estudio ambiental.

Cuando abrí la puerta de calle, ví el patrullero estacionado. Ya era de noche. La luz azul en el techo del auto daba vueltas y rebotaba en los vidrios de las puertas y de las ventanas. Un hombre de uniforme y gorra me estaba esperando, con unos papeles en la mano. Me explicó lo que había pasado y me empezó a hacer preguntas.
- ¿Y Marcelo? - dije yo -. ¿Dónde está?
- En la comisaría.
- ¿Lo van a tener mucho tiempo?
- Un par de horas más, calculo, le dimos parte al juez y nos pidió hacer el estudio ambiental.
Siguió con las preguntas. Cuánto tiempo hacía que vivíamos allí, cuántos éramos, los estudios, etc.
-¿Usted a qué se dedica? - dijo.
- A nada, hace seis meses que me despidieron del trabajo.
Hizo una mueca y volvió a mirar los papeles.
- Escuchemé - dijo -. ¿No tiene dos vecinos que lo conozcan y puedan dar referencias? Puede ser cualquiera, el diarero, el panadero...
- No creo. Como le dije antes, hace poco que vivimos aquí.
En ese momento apareció la portera. Miró la escena y se quedó como paralizada.
- A ver usted, señora - dijo el hombre -. ¿Lo conoce a este señor? ¿Es una buena persona?
La portera empezó a tartamudear.
- Si... no... lo conozco de hace poquito... ¿buena persona?...
Mientras hablaba, el hombre anotaba algo en los papeles.
- Está bien señora - dijo -. Por favor firme acá.
Ella firmó y después se volvió a meter por el pasillo, casi corriendo. Viniendo desde la calle, apareció el gordo de la planta baja, al fondo. El policía lo encaró.
- ¿Lo conoce a este señor?
Se repitió la misma escena que con la portera. Cuando el vecino se fué, el policía me dijo :
- ¿Podemos subir a ver el departamento?
- Si - dije, y lo hice pasar.

En el ascensor, en silencio, me puse a pensar. ¿Qué está pasando? ¿Por qué ahora las cosas son así? Yo había trabajado toda la vida como un burro, hasta que me despidieron. El Chiqui no. El Chiqui recién ahora tenía un trabajo. Me acuerdo cuando me separé, él me dijo "viejo, yo me voy a vivir con vos". Y eso que era el menor de todos. Y yo acepté, para no estar tan solo. En el último tiempo, yo había sufrido mucho. Después, poco a poco, me fui olvidando de todo. Era como si de tanto pensar se me hubiera hecho un agujero en la memoria. Como esos que se hacen en una tela muy gastada, en el medio, y se van deshilachando cada vez más. Los días transcurrían en blanco, desde las mañanas nubladas. Me quedaba mirando fijamente el paso del tiempo, a través de la ventana abierta. De pronto, otra vez era de noche. Encendía las luces y me ponía a preparar la cena. Pronto llegaría el Chiqui de su trabajo. El Chiqui siempre llegaba con hambre. "La comida es importante para mí", decía. "Es mejor cuando hay mucha comida". Ahora que tenía un trabajo, al menos las cosas iban tomando un cierto orden. No como antes, cuando se quedaba en la cama hasta las tres de la tarde y al abrir la puerta de su pieza, para despertarlo, el olor a marihuana me daba en la cara como un cachetazo. Menos mal que la madre no está viendo esto, pensaba yo. Se hubiera vuelto loca. Tampoco se tiene que enterar ahora que lo detuvieron por llevar un porrito en el bolsillo.

Cuando entramos al departamento, el tipo se puso a mirar las paredes descascaradas, el techo sucio. Se asomó al balcón.
- Hace poco que estamos aquí - dije -. Compré este departamento porque era el más barato, "para refaccionar". Lo estoy pintando... Y le señalé un rincón donde estaban los tachos, los pinceles, el papel de lija.
- Mire don - dijo el tipo -. Si le pasamos al señor juez estos papeles así como están, su hijo va a tener problemas...
Entendí. Busqué en la cartera unos billetes.
- Tome - dije -. Es todo lo que tengo...
El tipo sonrió y agarró los billetes. Despues bajamos otra vez por el ascensor. Ya en la puerta, me dió la mano.
- No se preocupe, don - dijo -. Va a estar todo bien.

Y se fueron. La calle quedó en silencio y casi a oscuras. Los grandes árboles, densos de hojas por el verano, tapaban la luz de los dos faroles de la cuadra.
Qué cosa, pensé. Meten preso a un muchacho y los grandes traficantes viven lo más tranquilos en sus grandes mansiones. Qué cosa...

sábado, 12 de abril de 2008

La lectura

Empecé a leer un libro. Es una novela larga, compleja, con muchos personajes. Yo no sé si es porque leo con lentitud, unas 10 o 20 páginas por día. O porque muchas veces me quedo dormido. O porque, debido a la edad, estoy perdiendo, como se dice, la memoria de corto plazo. La cosa es que, habiendo llegado hasta un poco más de la mitad del libro, me olvidé de cuál era el hilo de la historia, los vínculos de parentesco entre los personajes, y otros detalles.
Para subsanarlo, se me ocurrió hacer una segunda lectura, desde el principio, sin abandonar la primera. Me fué bien. Lo que iba leyendo en la primera lectura se me hacía comprensible gracias a los detalles captados en la segunda. Al mismo tiempo, entendía mejor lo que leía en la segunda, sabiendo de antemano muchas cosas provenientes de la primera.
Sin embargo, después de un cierto tiempo me dí cuenta de que, en la segunda lectura, ya bastante avanzada, me estaba pasando lo mismo que en la primera. Sobre todo no podía entender por qué el narrador, reciente inquilino de una mansión, insistía en visitar al dueño, que vivía en otra mansión más o menos alejada, a pesar del mal tiempo, nieve y frío, que asolaba la región. Tampoco entendía cómo, en un momento dado, el inquilino dejaba de ser el narrador y una vieja sirvienta tomaba su lugar.
Resolví entonces iniciar una tercera lectura, sin abandonar las otras dos. Entonces todo se me hizo mucho más claro. Lo que iba captando en cada lectura se me iluminaba con los detalles aportados por las otras. Estaba leyendo tres veces, en forma simultánea, el mismo libro. Aunque, pensé, como lo que leía cada vez era un poco diferente, en realidad estaba leyendo tres libros distintos al mismo tiempo.
Hasta me inventé una comparación : La primera lectura es como soñar. La segunda es como tratar de recordar el sueño, sentado en el borde de la cama. La tercera es como contarle el sueño a otro. Es siempre lo mismo, pero cada vez diferente.

Estuve un tiempo muy contento con todo esto, sobre todo con la comparación. Hasta que hice una comprobación alarmante : me estaba pasando en la tercera lectura lo mismo que me había pasado en la primera y en la segunda.
Pensé : ¿Tendré que iniciar una cuarta lectura? ¿Y después... una quinta? ¿Algún día voy a terminar de leer este libro? ¿O se ha tansformado en una tarea infinita?

sábado, 5 de abril de 2008

Cosas que puedo ver en una pared

Hay una pared a cincuenta centímetros de mi nariz. Caminando bajo los añosos plátanos, rumbo al mercado de la calle Ministro Brin, en una mano la bolsita, en la otra el dinero. En la pared no hay dibujos, no hay cuadros, no hay manchas. ¿Quién es el que camina? Ese lugar no existe, es sólo un sueño. Pero estoy ahí, camino y miro los adoquines, los viejos portones, repito de memoria la lista de la compra. El griterío de los gorriones me sorprende, al entrar en la calle Olavarría : un corredor fresco en la tarde agobiante.