jueves, 22 de mayo de 2008

Otra vez el ángel

Una noche, estando la ciudad llena de luces, volvió a aparecer el ángel. Estaba parado en una baldosa, esta vez con forma de mujer. Me habló con una voz que venía de más allá del mundo.
Así debe ser, pensé, la voz de los ángeles.
La miré despacio : tenía forma de mujer, pero en realidad era una niña.
- Ángel - le dije -. ¿Sos vos quien hace tanto tiempo espero?
Al decir esto, me enamoré instantáneamente. El ángel sonrió.
- Tal vez sí, tal vez no - dijo.
Emitía una luz más fuerte que las de la ciudad. Hablamos durante un rato y me explicó muchas cosas. Finalmente dijo :
- Bueno, ahora me tengo que ir.
- No te vayas tan pronto - dije yo -. ¿Te puedo volver a ver?
- No sé - dijo ella -. Hagamos una cosa. Te voy a dejar unos papeles míos. Cuando estés solo y los leas te vas a acordar de mi.
- Ángel - le dije -. Yo ya conozco tus palabras, pero verte y oirte es tan diferente... Por favor no te vayas.
- Don Viejo - dijo el ángel -. Usted también me gusta, pero debe saber que entre nosotros no puede haber amor humano. Si quiere volver a verme tiene que renunciar a eso. Es la condición.
- Ya lo sé - le dije -. Vos sos un ángel y yo un simple mortal. Renuncio a todo.
(Pero no era verdad).
Después dijo algo enigmático :
- Otra cosa. Usted tiene que aprender a odiar. ¿Quiénes son sus enemigos?
Dijo algo más. Pero pasaba una ambulancia y la sirena no me dejó escuchar.
Cuando el ángel se fué me quedé pensando : no puedo hacer nada para que vuelva. No puedo hacer nada.
Sólo renunciar y esperar.

lunes, 12 de mayo de 2008

Un momento

Cuando la luna brota
desde la calle Cálcena,
cuando el rumor de los autos
y la sirena de las ambulancias
se acallan,
se produce un silencio brusco,
total,
afuera y adentro de uno mismo.
No hay palabras, no hay sonidos,
no hay recuerdos.
Entonces uno siente que fué y que será.

O que nunca fué y nunca será,
y que sólo la luna, sola,
persiste,
brotando entre la hilera de los edificios,
en silencio.

viernes, 2 de mayo de 2008

Enamorado

Estoy enamorado de la joven china que atiende la caja del supermercado.
Mientras va pasando los productos por la máquina lectora, me quedo mirando su rostro dulce, extraño, búdico.
Es apenas un minuto, pero me alcanza para soñar largamente.