viernes, 1 de febrero de 2008

Agua y aceite

Arrimé el auto a los surtidores, apagué el motor y bajé.
- Hola. ¿Súper, señor?
- Si.
- ¿Agua y aceite?
- No, gracias. No hace falta.
El muchacho sacó la tapa del tanque y empezó a cargar.
- Qué lindo día, ¿no, señor? - dijo, sobre el suave rumor del líquido. - Éstos son los días que a mi más me gustan. Fríos pero con sol.
- Si. - dije mecánicamente.
Salí de mis pensamientos y miré la cara sonriente. Después miré el cielo. Un sol oblícuo, que empezaba a caer atrás de los edificios de la avenida, iluminaba el lugar. Las paredes amarillas. El rojo y negro de los aparatos y de los unifomes. Los árboles desnudos.
- A mi también me gustan los días así. - dije.
- Si, porque si está nublado todo se pone triste, señor. Si hace frío... bueno, uno se abriga y chau. Pero si está nublado... ¿Veinte me dijo?
- Diez.
- ¿Le miro el agua y el aceite, señor? - insistió sonriendo.
Con el billete en una mano, busqué con la otra una moneda.
- Mejor revisá la gomas.
Guardó el billete en una especie de libretita de cuero y me señaló hacia el fondo, donde colgaba la manguera de aire.
- Son estas cubiertas sin cámara que siempre pierden un poco, señor.
Estaba agachado frente a la primera rueda. El sol oblícuo había calentado ese rincón sobre la calle lateral, detrás de las oficinas y los surtidores.
En ese momento, saliendo a toda velocidad del tránsito, apareció un hombre sobre una moto. Se puso muy cerca del muchacho, como si fuera a esperar el aire. El muchacho, todavía en cuclillas, levantaba de tanto en tanto la cabeza hacia el visor digital. El hombre no había apagado el motor de la moto, que retumbaba sobre las paredes. Metió la mano derecha en la campera y, sin sacarla, gritó :
- Quedáte quieto y dame la guita, o te quemo.
Durante un momento todo se detuvo. El hombre estaba asustado. El motor de la moto seguía atronando el lugar. El muchacho se incorporó, lentamente, con la manguera de aire en la mano. Parecía que apuntaba al hombre. El hombre sacó la mano con el revólver y disparó. Después giró la moto y se perdió a toda velocidad en el tránsito.

Me incliné sobre el muchacho caído en los baldosones de cemento. Un hilo de sangre bajaba por la pendiente hasta la calle. Todavía respiraba.
- Me voy a morir, señor. - dijo - Qué lástima, porque iba a ser un lindo día.

10 comentarios:

Livio dijo...

Ay ay ay Señor!!

Me hizo acordar a reto al destino, Señor!

Mala leche que te toque la colimba en una Shell...pero bueh!

Anónimo dijo...

Gracias Livio por tu comentario.

Anónimo dijo...

Ay... si los hijos de mi patrona fueran tan educaditos como ese chico de la ESSO...

Cicloescenico dijo...

Triste realidad de nuestra cotidianeidad, lo mejor y lo peor en un instante cruzandose en cada rincon...

Gracias por pasar por mi blog.

Anónimo dijo...

Metal :
Los hijos de las patronas suelen ser soberbios y "maleducados".
Solamente los pobres son humildes, sencillos y respetuosos. Aunque no todos, por suerte. También están los rebeldes.
Muy perspicaz su adivinación de la empresa. Efectivamente era una ESSO y no una SHELL.
Besos.

Anónimo dijo...

Ciclo :
Gracias por su comentario. Me gusta mucho su blog. Nos estamos viendo.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

Para la proxima:
No creo que mientras te estes muriendo le digas a un total desconocido: "y eso que iba a ser un lindo dia"
Por favor

Anónimo dijo...

Es verdad lo que decís, pero no te olvides que esto es una ficción.
Gracias por tu comentario.

Mary Jane dijo...

Un cuento demasiado real y asombroso… y todo pasa en minutos, pero así es los días no son eternos y hasta el tiempo que es lineal, hace una parada.

Anónimo dijo...

¡Hola Mary Jane!
Muchas gracias por tu comentario, que viene desde tan lejos. Sos muy dulce.
Estuve mirando tu blog, ¡que es nuevito! Me gusta porque tiene gracia, poesía y humor.
Besos.