El tropel de soldados bajaba al galope por la calle Hernandarias. Perseguían a un grupo de indios, que iba más adelante, como a media cuadra, en medio de una nube de polvo. Nosotros corríamos con ellos, a lo largo de la calle desierta, oyendo los gritos, el sonido metálico de las trompetas, el retumbar sordo y polvoriento de los cascos de los caballos. Todos habíamos bajado de la pantalla del cine, nos habíamos derramado como un río de sueños turbulentos por la calle Azara, después Olavarría, cruzando Patricios. Volvíamos a casa con ellos, galopando, oyendo el ruido seco de las carabinas, el corazón lleno de temblor, de miedo y de coraje.
Cuando llegábamos a la calle Brown el sueño se había disipado. Ni indios ni cow-boys, éramos otra vez nosotros : el Alfredito, el Pancho, el Negro, el Cacho, el Tomasito. Había mucho sol, todavía. Desde nuestra vereda, a la sombra de los grandes plátanos, mirábamos los negocios de enfrente : la farmacia Mastronardi, la lechería La Martona, la panadería El Nuevo Cañón. Buscábamos las bolitas, o las figuritas, una rara pelota de goma. Desde lo alto de una balcón, una mujer asomada, con las manos en la baranda nos llamaba : ¡Chicos! ¡A tomar la leche!
6 comentarios:
El problema era que a los caballos les costaba subir veredas tan altas.
Y el empedrado los espantaba ... sabían que era resbaladizo.
Algunas nostalgias agradables han venido volando a mi ventana a saludar. Gracias.
Un abrazo
Matu :
Es verdad.
En el recuerdo (o en el sueño) olvidé el detalle de las veredas.
Muchas gracias por tu comentario.
Un abrazo.
Ciclo :
Y si. ¿Por qué privarnos del placer de la nostalgia?
Un abrazo.
Pero amigo mío que hermoso recuerdo , la infancia tiene de los buenos y los otros , este me atrapó hermosísimo!!
Un beso muy tanguero, Ali.
Ali :
Muchas gracias por el comentario y muchas gracias por tu generosidad.
¡Feliz cumple!
Besos.
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