miércoles, 30 de enero de 2008

Tarde


Si es tarde para todo
es porque ya estoy muerto
y no está más el árbol que amé
ni mis ojos que lo miraban
ni mi amor.

Pero los muertos no hacen deducciones
el silogismo de los muertos
es el silencio.

Por eso,
si lo digo,
si lo pienso,
si escucho mi propio silencio,
es que no es tarde.

El árbol esta ahí
y florece,
las ruedas innumerables
aplastan el polvo de la ciudad,
hay gente hablando
en las esquinas
de cosas importantes,
y ruidos, rumores, ronquidos.

Si es tarde para todo
es que no es tarde.

Y si te miro, mujer,
y veo un árbol que florece en silencio,
es que aún puedo hacer algunas cosas :
preparar el café,
escuchar la noche,
tocar el universo en tu piel.

domingo, 27 de enero de 2008

El almuerzo de los gorriones

Después de un rato de caer la llovizna, empezó la lluvia y empapó el asfalto, las baldosas rotas, las ventanas cerradas. Detrás del vidrio, yo miro el agua, el mediodía gris. Qué domingo raro, pienso. Casi como en los años en que trabajaba : después de seis días de tensión, el domingo era como sumergirse en agua tibia, aflojarse más, un poco más.
No es que ahora me sienta mal de estar solo y desocupado. Los días son largos, es verdad, pero sólo hasta que terminan. Cuando me siento en la cama, a la noche, y me saco las zapatillas para acostarme, pienso, cada vez : qué rápido se pasó el día.
A veces miro las ventanas del edificio de enfrente. Allí vive una mujer de más o menos mi edad. La observo cuando se mueve con lentitud entre los muebles, cuando enciende la tele, cuando sale al balcón. Ella también está sola, pienso. Pero qué diferente. El balcón está lleno de macetas con plantas. Ella las riega todos los días, con una jarrita de plástico. También la veo barrer, limpiar los vidrios. En el verano, cuando el sol del oeste da con fuerza, ella sale y baja un toldo verde, con rayas blancas, haciendo girar una manija larga que cuelga del techo. Cuando el sol se va, sale otra vez y levanta el toldo. Entonces se ve que la tele ya está encendida, adentro. Qué diferencia, vuelvo a pensar. Ella está como en el centro de su sistema planetario, en un punto de quietud y de paz. Todas las cosas giran a su alrededor. Yo, en cambio, me siento como perdido en el espacio, como girando alrededor de no se qué. O yendo siempre para adelante, sin rumbo.
Apenas amaina la lluvia, los gorriones vuelven a la reja del balcón. Miran para todos lados, con inquietud y temor. De golpe uno se arroja sobre los pedazos de pan mojado. Después baja otro. Y otro. Se asustan entre ellos. Pican un poco los panes y de golpe, otra vez, levantan vuelo y desaparecen.

viernes, 25 de enero de 2008

Ocre

"Ocre y abierto en huellas, el camino
separa opacamente los sembrados.
Lejos, la margarita de un molino."



Lejano Baldomero
de chambergo y tristeza,
ubicado en lo justo
del dolor, del asfalto.
Viniste a atestiguar
el árbol, la nostalgia
de un mundo más rosal,
más abierto.
Tus lágrimas,
cien veces digeridas,
hoy nos mojan las manos.

miércoles, 23 de enero de 2008

Una luz

Salí a la calle y busqué tus ojos.
Había autos, faroles, llovizna.
Una luz roja me detuvo.

Y recordé los gritos,
los golpes metálicos,
los neumáticos quemándose.

Busqué tus ojos entre el humo y el ruido.
Caras desconocidas me rodeaban.
La luz azul del patrullero
giraba en la esquina.

Miré a mis hijos y me miré a mi mismo.
¿Qué estamos haciendo?
Las viejas, los chicos, los hombres,
se tomaban las manos para cerrar la calle.
Todos gritaban.
Desde los autos gritaban, también,
y hacían ruidos metálicos.

Miré a lo largo de la calle
esperando verte llegar.
Los bomberos apagaban el fuego de las gomas.
Nosotros seguíamos gritando y golpeando,
persistentes como la llovizna.

Cuando la luz cambió a verde
empecé a caminar.
Crucé la calle y busqué tus ojos.

viernes, 18 de enero de 2008

Val la pena esser solo?

Si pudiera acercarme
y poner una flor sobre tu tumba
ésta sería una margarita
arrancada en el borde del camino.

Si pudiera hablarte
y que me escuches
en una larga tarde de verano
mirando el mar.

Te pediría que descanses
un poco
que no sufras
ninguna cosa vale tu dolor.

Ya lo sé, yo soy nadie
un oscuro lector de tus versos
un hermano más chico
que te mira y aprende.

Hubiera querido detener
tu mano
y abrazarte en silencio
hablarte en italiano
cocoliche
como se usa por aquí.

Y pedirte que esperes
que no sufras tanto
ninguna cosa vale este dolor
padre mío.

domingo, 13 de enero de 2008

Había gente caminando

- ¿Y a vos que te pasó? - preguntó ella.
Le conté mi historia. Aunque, en realidad, le describí algunas partes de un rompecabezas que, algún día, juntas, podrían llegar a tener sentido. Yo estaba muy emocionado. A ratos, ella sacaba un pañuelo y se limpiaba la nariz con suavidad. Después encendía un cigarrillo.
Por fin quedé en silencio. Mirábamos hacia el parque, a través del parabrisas. Ella tosió un poquito.
- Hay cosas que no entiendo - dijo.
- Si - dije yo - hay muchas cosas que todavía no entiendo.
- No, me refiero en general - dijo ella - ¿Por qué uno hace las cosas que hace?
Yo también encendí un cigarrillo. Bajé la ventanilla de mi lado, el del acompañante.
- Yo, por ejemplo - continuó ella - estuve casada treinta años con un desconocido. ¿Te imaginás? Levantarse a la mañana, desayunar, ir cada uno a su trabajo. Criar los hijos. Armar una casa, día por día, detalle por detalle. A la noche nos juntábamos, a cenar y a mirar un poco la tele. Después nos íbamos a la cama, y a veces hacíamos el amor. Y luego otra vez a levantarse, etc. Así, durante treinta años. Y todo con un perfecto desconocido.
Pronunció la erre de una manera cantarina y la ce de un modo seco y cortante. Perfecto.
Miré hacia el parque. Había gente caminando. Daban vueltas.
Ella encendió la radio. Sonaba un viejo tango.
- Ahora estoy aprendiendo a bailar - dijo - Me gusta mucho.

jueves, 10 de enero de 2008

Me perdí

En los alrrededores de Plaza Irlanda. Por la calle Neuquén, creo. Soy de altura mediana, el pelo casi completamente blanco, salvo algunos mechones oscuros. En ese momento tenía puesto un saquito azul y un collar negro. Soy muy cariñoso con los chicos y a ellos les encanta jugar conmigo. No sé en qué estaba pensando cuando me perdí. En algún país lejano, tal vez. En cómo cambió todo desde que era cachorro. Yo sabía donde estaba cada cosa. Tenía una especie de mapa en mi pequeña cabeza. Y el mundo parecía ser como indicaba ese mapa. Ahora no. Ahora estoy perdido. Generalmente estoy contento y respondo al nombre de Pocho. Si alguno me ve y me reconoce, por favor llame al teléfono consignado más abajo. Hay recompensa.

lunes, 7 de enero de 2008

Se detuvo un taxi

Estoy sentado dentro del auto, con el motor en marcha. Habiendo llegado la hora convenida, voy a guardarlo otra vez en el estacionamiento, que estuvo cerrado por unas horas durante el feriado. El primer día del año está terminando. En la vereda de enfrente se enciende un farol, a medias escondido entre las hojas de los árboles. A medida que el día declina, las luces del farol se hacen más y más brillantes. A mi izquierda, un poco más adelante, se detiene un taxi. Tiene encendidas las luces de posición y las balizas. Se baja el conductor, un hombre alto y robusto. Mirando hacia el interior del coche, señala una puerta. Luego sube a la vereda, se acerca a la puerta y toca el timbre. Desde la pared hasta el cordón de la vereda hay un toldito rojo con letras blancas. Las letras dicen : "Residencia para mayores". El conductor vuelve hacia el auto, abre la puerta del pasajero y mete las manos, para ayudar a alguien a bajar. Una mujer delgada y alta, con todo el pelo blanco, baja y empieza a caminar con dificultad. El conductor la sostiene suavemente por el brazo. Se abre la puerta de la casa y sale un hombre calvo y sonriente, el dueño. Extiende sus brazos para saludar y recibir a la anciana. La mujer sonríe, también, desde atras de los grandes anteojos. El hombre alto y robusto sube al taxi, arranca y se va. La mujer y el dueño entran. La puerta se cierra. Las fiestas y el año terminaron. Un año pasó y otro comienza.
Me quedé pensando... ¿Cómo se llamará la mujer?... ¿Matilde? ¿Lucía? ¿Elvira? ¿Margarita?